top of page

La noción del triple impacto



Hemos subrayado a menudo que en estos días de revolución tecnológica en los que el sector público y las instituciones de gobierno actúan codo a codo con las organizaciones no gubernamentales y el sector privado, los nuevos liderazgos son el resultado de una sinergia entre los líderes formales de los gobiernos y los makers: líderes naturales de la sociedad civil (empresas, ONGs, fundaciones) que en un mundo globalizado van más allá de la responsabilidad que les compete en su propia especialidad. La responsabilidad social de los nuevos líderes es hoy mayor que nunca, y es por eso que las nuevas empresas y el resto de las organizaciones no gubernamentales a escala global ya no se limitan a intercambiar la rentabilidad financiera por los puestos de trabajo que ofrecen en el sector privado: esa limitada responsabilidad social, aceptable para las organizaciones del siglo pasado, ha dejado de cumplir con las expectativas del presente.


Teniendo en cuenta la popularidad del concepto de triple impacto, cada vez más común en el lenguaje corporativo del siglo XXI, podríamos decir que estamos ante un cambio de paradigma, en el que la responsabilidad social del sector privado ya no es un mero intercambio entre el empleo genuino que ofrecen a la comunidad y las ganancias que obtienen. Sin dudas la rentabilidad sigue ocupando un lugar central, pero ahora son varios los factores a tener en cuenta, que exceden la simple producción de bienes y servicios. Los tres pilares de todo proyecto de triple impacto van en camino a transformarse en un nuevo dogma organizacional: 1. El impacto social. 2. El impacto medioambiental. 3. El impacto económico.

 

No se trata tan sólo del enfoque holístico que ya era común en los manuales de liderazgo de las últimas décadas. Las nuevas circunstancias a escala planetaria, condicionadas por nuevos estándares (sostenibilidad, sustentabilidad, transparencia, etc.) son ya un certificado de confianza que, aunque todavía no haya un impedimento legal, condiciona a todos los nuevos tipos de emprendimiento. La reconversión paradigmática de los nuevos liderazgos –tanto en el sector público como en el privado- en función de este nuevo concepto, que exige a las organizaciones la creación de focos sustentables en su propio seno, es ya un requisito importante, no sólo para los gobiernos de las grandes potencias comerciales del planeta, que los promueven de modo creciente, cada vez más condicionados por sus compromisos recíprocos a mediano y largo plazo, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, que preanuncian una serie de medidas de común acuerdo entre las grandes economías del planeta para el cuidado común del medio ambiente: también está imponiéndose como un imperativo de responsabilidad social dentro del mismos sector privado, como es el caso del Compromiso Colectivo de la Acción para el Clima, lanzado por 36 entidades financieras internacionales en el marco de la cumbre climática promovida por Naciones Unidas.

 

Los expertos en economía ya señalaban a principios del siglo actual, que coincide con el crecimiento desmesurado de la economía china y en pleno auge de los monocultivos y de la agroganadería a gran escala, que las perspectivas de un crecimiento sin límites, en las décadas siguientes, eran algo insostenible. Pero no se trata tan sólo de un repentino fair play empresarial ni un afán de contradecir los viejos postulados que priorizan el rendimiento económico sobre cualquier otra variable, sino más bien de una acelerada reconversión de las organizaciones a un nuevo contexto global que comenzó a exigir decisiones más allá del contexto local.


Ya a fines de los años 90 las decisiones de los gobiernos, como nos recuerda la célebre frase de Bill Clinton, estaban absolutamente condicionadas por los imperativos económicos: las grandes economías del planeta comenzaron a conmocionarse por el efecto de las crisis económicas de las naciones emergentes (efecto tequila, caipirinha, etc.) y ya en la segunda década del nuevo siglo fue evidente que la crisis política también tenía efectos sobre el rendimiento económico global.

 

La pandemia del 2020 terminó de confirmar que la existencia de empresas B (B Corporation) no son una moda pasajera en el campo empresarial: el nuevo paradigma exige a todas las organizaciones –incluidos los gobiernos – operar bajo altos estándares sociales, ambientales y de transparencia. Las empresas con una vocación sostenible comenzaron a ser promovidas por la sencilla razón de que son las destinadas a prosperar en las nuevas condiciones. Dicho de otro modo: el éxito de cualquier emprendimiento es una ecuación que ahora calcula los beneficios económicos en función del impacto social y en el medio ambiente. Y para que fuera aún más evidente que no estamos hablando de buenas intenciones sino de un modelo de liderazgo (o de negocios o de gobierno) que cuantifique de un modo claro y escalable los beneficios no ya para la propia organización sino para el conjunto, y no en el corto sino en el largo plazo.


De allí el triple impacto: una sinergia entre los líderes formales, el sector privado y la sociedad civil para que cada emprendimiento no perjudique al conjunto siguiendo tres postulados sencillos. 1. Propósito: crear un impacto positivo en lo social y en lo ambiental. 2. Responsabilidad: beneficiar a trabajadores, a la comunidad y al medio ambiente. 3. Transparencia: someterse a un contralor externo para obtener una certificación anual por parte de un organismo independiente que garantice que esos propósitos se cumplen.


En Argentina es cada vez mayor el compromiso de algunas empresas clave, de algunos organismos y de algunos gobiernos locales. El camino nos es sencillo, porque la reconversión al nuevo modelo global requiere un esfuerzo enorme por parte de grandes compañías, de emprendedores y de Pymes, y por ahora sólo algunos visionarios pueden ir más allá del mero objetivo de supervivencia. Pero la paradoja es que pese al cortoplacismo generado por la pandemia también ha dejado evidencias claras de que sin un desarrollo sostenible e inclusivo, sin sustentabilidad, no puede haber una recuperación económica en el largo plazo. Es falso el dilema entre rentabilidad y gestión socioambiental: los criterios de sostenibilidad exigen pagar un costo inicial mayor en herramientas de medición de impacto o en la normalización a través de estándares reconocidos, pero termina creando valor. El estado debe promover políticas según esta noción de triple impacto de manera urgente, ya que los nuevos estándares son el punto de partida para que las empresas argentinas y sus emprendedores –así como los makers de toda la región- den el salto multiplicador con impacto sostenible tanto en el empleo como en el desarrollo.

6 visualizaciones0 comentarios
bottom of page